Las muestras cotidianas de la mala educación que nos rodea son innumerables, y se presentan en todos los ámbitos de la vida: profesional, social y privado. Para quien los sufre, son realmente desagradables:
- Compañeros de trabajo que cuando llegan a la oficina no saludan y cuando se van no se despiden; que dejan en un estado lamentable los espacios comunes (cocina, cuarto de baño,…); que hablan por teléfono a gritos impidiendo la concentración de los demás; que nunca reponen el papel de la fotocopiadora; que nunca cambian la garrafa de agua, etc.
- Niños que acosan y maltratan a sus compañeros de clase e incluso a sus profesores. Además, se jactan de ello, lo graban con el móvil y lo cuelgan en Internet, como si de una gran hazaña se tratara. Padres que los defienden.
- Dependientes impertinentes que nos atienden de mala gana.
- Viajeros que en los transportes públicos ocupan los puestos para embarazadas, ancianos o minusválidos sin pertenecer a ninguno de estos grupos y que, cuando llega una persona que si tiene derecho al asiento, no se lo ceden y en su lugar, miran distraídamente por la ventana, mientras escuchan atentamente su MP3,...
- Vecinos que organizan ruidosas fiestas hasta altas horas de la madrugada, sin importarles el derecho al descanso de los demás.
- Parientes a los que invitamos a una celebración y llegan tarde, permiten que sus hijos nos destrocen la casa ¡les parece gracioso!, hacen comentarios impertinentes sobre la comida y la bebida que les ofrecemos o sobre la decoración de nuestro hogar, y se van sin dar -ni siquiera- las gracias.
- Políticos que mienten de forma evidente, insultan injustificadamente a los que piensan de forma distinta y crispan el ambiente sin motivo.
- Periodistas que persiguen a los famosos a cualquier hora y en cualquier lugar y les acosan con preguntas impertinentes sobre su vida privada. Luego los ridiculizan en los programas, aunque sea con información falsa.
- Tertulianos televisivos y radiofónicos que interrumpen a los demás, no escuchan, no respetan las instrucciones del moderador, gritan, insultan, pierden los nervios,…
- Clientes o proveedores que –sistemáticamente- llegan tarde a las reuniones, no contestan las llamadas o los mensajes de correo electrónico, se equivocan al decir nuestro nombre o el de nuestra empresa,…
- Personas que escriben e-mails profesionales con faltas de ortografía o con abreviaturas, como si de un SMS se tratara.
- Conductores que aparcan en las plazas reservadas a minusválidos, sin serlo.
- Compañeros de trabajo, parientes o amigos que comparten mesa con nosotros y hablan con la boca llena, hacen ruido al beber o al tomar la sopa, se chupan los dedos, atienden el móvil en mitad del restaurante, se limpian la boca con la manga, tosen sin taparse la boca,…
La lista sería muy larga, y estos son sólo algunos ejemplos.
En otro tiempo -no hace demasiados años-, si se producían este tipo de situaciones en un espacio público, era muy probable que un ciudadano indignado llamara la atención de quien no respetaba las más elementales normas de urbanidad y éste –avergonzado- cambiara su comportamiento o “hiciera mutis por el foro”. El castigo por ser maleducado era claro y suficiente: el ridículo y el aislamiento social.
Pero ahora, casi nadie dice nada, y quien se percata de que algo así está ocurriendo, procura mirar hacia otro lado. La mala educación abunda, y el que se queje, se arriesga a que el increpado -al sentirse en evidencia- reaccione con agresividad (lo cual he presenciado en más de una ocasión). El maleducado no tolera que nadie reprenda su conducta. ¿Es que se siente más fuerte que los demás, y con más derechos? ¿Tal vez se cree más importante ignorando las normas sociales?
Por suerte, la educación y el respeto a los usos y costumbres, siguen siendo unas características muy valoradas en determinados ámbitos profesionales, sociales y familiares. La imposibilidad de acceder a estos entornos –por lo general privilegiados- es el coste que pagan los maleducados por serlo.
Y, aunque nadie lo diga en voz alta, los maleducados siguen siendo víctimas del ridículo social y de la marginación. Y no siempre suelen ser conscientes de ello, porque, a veces, es una marginación muy sutil. ¿Quién disfruta invitando a un maleducado a comer en su casa? ¿Quién le regaría las plantas al vecino juerguista que no le deja dormir? ¿Quién votaría al político que miente e insulta como único argumento? ¿Qué jefe querría promocionar al empleado que se pone en evidencia ante clientes y compañeros, por muy eficiente que sea? ¿Qué consumidor volverá a comprar en una tienda en la que le han tratado mal? ¿Qué madre dejará que su hijo invite a su fiesta de cumpleaños al “maltratador” del colegio? ¿Qué “paparazzi” goza de un gran respeto social? ¿Por qué eliminaron “El Tomate” de la programación de Tele5? ¿Quién ayudará el día que lo necesite al compañero de trabajo que actúa como si estuviera solo en la oficina? En fin, ¿quién se enamoraría de un maleducado recalcitrante? Sólo otr@ maleducad@, claro…
Por eso, si quieres triunfar en la vida, si deseas el respeto y el aprecio de los demás, be polite, my friend!
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